La idiosincrasia del latinoamericano posiblemente se fue configurando con cierta tolerancia hacia el corrupto, visualizando más sus logros, celebrando su astucia y sentido de la oportunidad, así como el estándar de vida y lujos proporcionados por el dinero mal habido, pero ignorando los vicios, males y delitos generados directa o indirectamente por él.
Desde los más altos niveles, la corrupción llegó a los niveles intermedios y continuó hasta los más bajos, favoreciendo a los que están al margen de la Ley. Para ellos fue el motor para potenciar todo tipo de delitos ofreciendo lo que cualquier delincuente anhela; impunidad. Y esa corrupción llegó y se instaló también en los cuerpos policiales y otras autoridades responsables de la seguridad ciudadana.
Asimismo, aparecieron los “cómplices necesarios” para delitos como el secuestro, el sicariato, la extorsión y el tráfico de drogas o de armas hacia los centros penitenciarios. La corrupción generó impunidad y favoreció la consolidación de bandas delictivas, lo que se tradujo en más sangre y violencia.